Es la segunda vez que traigo a Dan-ah Kim. No me puedo resistir ante su trabajo.
Esta vez el hilo conductor de la selección ha sido la relación entre el animal y el ser humano. Flor de Canela sueña mucho con animales, animales salvajes que logra entender y con quien establece una relación de amistad.
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Este mes Flor de Canela cumple 13 años. Caminamos, ella hacia su adolescencia y yo hacia la madurez. Vamos de la mano.
En este caminar y sin buscarlo nos despedimos de la infancia. Mi hija me pide que le recuerde cosas de cuando era pequeña, de sus travesuras, de sus comidas y ropa favoritas, de lo que le gustaba… le cuento su reacción cuando probó su primer helado, el día que se se extravió con cuatro años… A estas historia contadas una y otra vez hay que añadirle algo nuevo. Mi hija enriquece mis recuerdos con los suyos. Me habla de la niña que fue, de lo que creía o pensaba, de lo que no entendía, de lo que le daba miedo, o cómo veía algunas cosas. Y me sorprendo muchísimo. En sus palabras y emociones descubro a una niña que no conocía y que ahora puedo ver. Además soy testigo privilegiado de cómo se prepara para cruzar al otro lado, a la adolescencia diciendo adiós a su niñez.
Me cuenta que se ha comprado una barritas de gelatina y que mientras las comía le ha venido a la cabeza cómo le gustaba y lo feliz que era cuando llegaban los viernes y a la salida del colegio les llevaba dos barritas… una para su mejor amiga y otra para ella. ¡Lo tenía totalmente olvidado¡ . Y evoca con gran cariño y como si ella fuera otra su juego preferido: el construir casas con lo que fuera, con los paraguas y las mantas, con los cojines… añade su juego a nacer de mi tripa… una y otra vez.
Sumamos recuerdos.
Se dice que el niño-adolescente hace un duelo por la infancia que deja atrás y que esto es natural y sano.
Paseamos y recorremos algunos de sus parques favoritos, a esas horas en la que no hay nadie. Y como diciendo adiós, como de despedida se vuelve a montar en los columpios, se resbala por el tobogán y trepa a lo más alto. Se sorprende de los pequeños que son ahora, de los grandes que los recordaba, del vértigo que le daban… y seguimos nuestros paseos hablando de sus juegos de niña.
Habla con una nostalgia de su niñez que me sorprende y me enternece. Y detrás de todo esto, detecto su gusto por hacerse mayor y también su inquietud, su temor por dejar de ser niña, por el cómo serán las cosas ahora. No se donde leí que este cambio despierta dudas en nuestros hijos sobre su vinculación con nosotros, sobre si seguiremos queriendoles ahora que dejan de ser «niñitos adorables y acuchables». Y ahí estamos a su lado, aceptando y compartiendo su alegría, sus contradicciones y sus temores.
Su añoranza se enlaza con la mía. También hago mi duelo por la hija que se me va, por la niña-junco, flexible y vital, por los tres años que me perdí de su vida, por mi niña bebé. Y me duelo de la madre que me hubiera gustado ser y que no supe ser.
En esta despedida de su niñez también entra recordar el tiempo que vivió en una institución en su país de origen, China. Y hablamos de ello. No tiene recuerdos. Cogemos el libro que hicimos con las fotos que logramos reunir de su orfanato y del primer año en casa. Hablamos de la adopción, de China y la ley del hijo único… de lo que ella imagina y piensa de aquel tiempo.
Mi niña se despide de la niñez y dentro de poco le tocará despedirse de los padres infantiles, tanto de sus padres chinos, como de nosotros.
Me preparo para dar la bienvenida a mi hija adolescente.